Por: Alfonso García Manasse
“Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados…”
Thomas Jefferson– Declaración de Independencia Norteamericana- 4 de julio de 1776
“Por consiguiente, la felicidad es ciertamente una cosa definitiva, perfecta, y que se basta a sí misma, puesto que es el fin de todos los actos posibles del hombre.”
Aristóteles– Ética a Nicómaco· libro primero, capítulo IV-Siglo IV a.c.
Hace un par de años solía iniciar unos talleres de formación política preguntándole a los participantes acerca de qué los hacía felices en la vida, posteriormente reflexionábamos colectivamente al respecto y concluíamos entonces, que el deseo último de todo ser humano es ser feliz, en general a partir de cosas cotidianas y sencillas. Entonces leíamos las citas de Jefferson y Aristóteles, para redescubrir, ante la sorpresa de la mayoría, la relación virtuosa entre la Felicidad y la Política.
Ha sido común en todos los tiempos olvidar este sentido original de la política, en el que su razón de ser no es el poder o el reconocimiento, o el dominio sobre otros, o el enriquecimiento, o la cuota burocrática o la asignación de contratos; en su esencia el sentido de la política es el bien público, el bien común, la felicidad entendida con el actuar orientado por “la virtud”, decía Aristóteles.
En este sentido, la historia de la humanidad ha constituido una lucha constante por alcanzar el reconocimiento y respeto de la dignidad humana, especialmente en los tres últimos siglos. El humanismo es el producto de este anhelo y lo que hemos alcanzado hoy de humanidad lo debemos a lo que otros fueron e hicieron por nosotros y nos corresponde ahora como imperativo ético y político la misma responsabilidad con las futuras generaciones.
La historia reciente ha estado llena de vaivenes, de retrocesos, de intentos de regreso a sociedades sustentadas en los privilegios, en el autoritarismo, en la segregación y no en los principios de libertad, igualdad y fraternidad/solidaridad que iluminaron el nacimiento de la modernidad, del ser humano como centro y sentido de la política y del desarrollo. Concepto, que ha ido evolucionando, gracias al inagotable espíritu humano, desde el antropocentrismo hasta entender que somos miembros de una especie que comparte e interactúa con otras en este frágil planeta, con el deber de conservarlo.
El proceso de construcción histórica y social de un horizonte de sentido dirigido hacia la búsqueda de “La Felicidad” de los seres que habitamos el planeta tierra, se ha desarrollado en tres dimensiones: una Ética, en cuanto plantear y promover unos principios de carácter universal indispensables para garantizar el respeto a la dignidad humana (“Ética de mínimos…” diría Adela Cortina); una dimensión Política, como un conjunto de reivindicaciones sociales con el objetivo de alcanzar demandas de libertad, dignidad, justicia y solidaridad; y una Jurídica, que se concreta al convertir los principios y reivindicaciones en una serie de obligaciones en cabeza de los estados, las entidades y los individuos, con miras a garantizar los mencionados principios o bienes primarios y como limitantes y reguladoras de su poder, reconocidas en sistemas normativos nacionales e internacionales.
La propuesta de desarrollo humano, integral y sostenible, que plantemos desde nuestro modelo de Desarrollo Integral Territorial- DIT, se fundamenta en estas conquistas éticas, políticas y jurídicas, construidas por la humanidad a través su historia y concretadas durante los últimos siglos: El respeto a la Dignidad Humana, los Derechos Humanos, la Democracia, La Participación, el Desarrollo como derecho cuyo centro es el se humano y que respeta el medio ambiente, la Equidad, en fin el Derecho a ser Felices.